El latido musical de un corazón puramente celta
Por siempre ligado a la Banda de Gaitas de Corvera, de la que es fundador, este defensor de la tradición cultural asturiana interpretó sus primeros acordes con solo cinco años.
Dicen las lenguas de la tradición hispana que todos los niños nacen con un pan bajo el brazo. De ser cierto, cuando, en 1978, Bras Rodrigo Álvarez Prieto llegó a este mundo, arrojó a un lado su hogaza y aferró la gaita más cercana. Porque no es posible zambullirse en la vida de este músico eterno, nacido en Perlora, pero indisolublemente ligado al concejo de Corvera, sin asumir, comprender y, por qué no, también disfrutar su amor incondicional por la cultura celta. En especial, por las agudas e inconfundibles melodías que manan de los roncones de sus queridas gaitas, y que le han transformado en todo un embajador del patrimonio musical asturiano.
La historia de este idilio comenzó cuando Bras Rodrigo apenas contaba cinco años. Como si del relato de un cuento popular se tratase, paseaba por las calles de su Perlora natal de la mano de su abuelo, José Prieto Álvarez, cuanto captó el sonido de una gaita. «Automáticamente le dije a mi ‘güelo’ que quería tocar eso que estaba sonando», rememora. Aquella declaración de intenciones fraguó de inmediato, y pronto comenzó las lecciones musicales bajo la tutela de Chema ‘el de La Carriona’.
«Lo único que me dijo fue, «a ver rapaz, si eres capaz de hacer que suene, puedes ser gaitero. Soplé y soplé, y, aunque tuve un mareo considerable, logré que sonase el roncón», ríe Bras, al hacer memoria. Así empezó una formación académica de tres años, que su abuelo alentó regalándole su primera gaita, hecha en el taller de ‘El Pravianu’. «Era pequeñina, en do brillante, con un fuelle pequeño de piel de cabrito. Con ella fui de exhibición a la discoteca Fresas, toqué ‘Oigo sonar una gaita’ y ‘Asturias patria querida’, y aquellos paisanos me aplaudieron mucho».
Sin embargo, como toda relación amorosa, la de Bras Rodrigo con la música vivió una severa crisis en 1986, después de que su abuelo, que solo sumaba 41 años, y al que estaba estrechamente ligado, falleciese en un accidente laboral en Ensidesa. Visiblemente emocionado, recuerda que «estuve tres años sin tocar, hasta que el gusanillo me hizo sacar la gaita de la funda otra vez». Así se inició su etapa de consagración, que le llevó a rematar sus estudios en Oviedo, bajo la batuta de Xuacu Amieva, y a entrar en la Banda del Naranco.
Allí estuvo hasta que, en 1996, el propio Amieva le dejó claro que «no le quedaba nada que enseñarme y que debía volar solo». Y eso hizo. Sus pasos le llevaron un año después a Cancienes, donde reside desde entonces. Y en 1998, siento todavía un recién llegado en suelo corverano, fundó la Banda de Gaitas de Corvera, que continúa dirigiendo y con la que ha recorrido medio mundo.
Nueva York, Boston, Corea, Irlanda… Con Bras al frente, decenas de países han recibido a la formación, convertida en todo un icono de la esencia celta de la región. Una pasión que trasciende las fronteras asturianas y que le ha llevado a coleccionar más de quinientos muñecos de gaiteros de todo el mundo. No obstante, como la cabra tira al monte, él defiende su hogar. «Tenemos un patrimonio increíble. Y, cada vez que regreso, me da un respingo».