El director de la Banda de Corvera estrena su innovador instrumento de luces y prepara su cuarto disco.
En la historia de Bras Rodrigo (Perlora, Carreño, 1978) tiene mucha importancia su abuelo Pepe, el Carboneru. Él y también el gaitero Xuacu Amieva. El primero le formó de manera singular y el otro, no; Amieva le sumó a su lista alumnos brillantes: a José Manuel Tejedor, a Berto Varillas, por ejemplo. Rodrigo es uno de los músicos tradicionales más destacados de su generación, la que ha contribuido a revitalizar, y renovar al mismo tiempo, uno de los instrumentos más populares de Europa: Rodrigo forma parte de la primera promoción de titulados oficiales en Gaita del Conservatorio «Eduardo Martínez Torner» de Oviedo. Una revolución.
«No hay constancia de quién fue la primera persona que decidió enganchar a un estómago una flauta», contaba el músico unas horas antes de salir ayer al escenario remozado del Llar de Corvera; él y su nuevo instrumento: la gaita led. «Es como tocar un haz de luz», dice con satisfacción. Y no se confunde: después de tres años de diseño, Rodrigo y el artesano colungués Miguel Alonso han logrado que la música tradicional también se vea. Y eso, que es pura sinestesia, es lo que vivieron los espectadores que llenaron la sala Clamores de Madrid el otro día y los que anoche hicieron lo propio en Las Vegas, en su concierto benéfico a favor del Proyecto Alpha, que busca financiar la investigación de la distrofia muscular, una enfermedad rarísima.
Para llegar a esto, sin embargo, hay que echar de nuevo la vista atrás, a Pepe El Carboneru. «Íbamos paseando por Perlora, que es de donde soy yo. Escuchamos a lo lejos una melodía suave que me enganchó. Le dije que yo quería tocar lo que fuera que fuese que estuviera sonando», subraya el gaitero. «Luego subimos unos pocos escalones y arriba estaba Chema’l de La Carriona con la gaita», continúa de Rodrigo. El primer maestro del director de la Banda de Gaitas de Corvera enseñaba a tocar en la escuela que había creado el grupo cultural «Xana». «Me dijo: ‘A ver, rapaz, si yes capaz de hacer sonar la gaita serás gaiteru’. Y, con cinco años, hice que sonara el roncón», cuenta con satisfacción.
La primera gaita de Rodrigo la pagó el güelo. «Fuimos al taller del Pravianu y me hice con ella», cuenta. El Pravianu, cuando empezó Bras, ya estaba aquí. Como Amieva, que fue quien sistematizó la enseñanza del instrumento. «Antes, con Chema’l de La Carriona era todo más rudimentario», apunta el gaitero luminoso.
Así que ya está: Rodrigo y su primera gaita por un lado y, por el otro, El Carboneru. «En realidad, él trabajaba en Ensidesa. Lo del reparto del carbón era un añadido», cuenta. «Pero por eso es por lo que era tan conocido», apostilla. El güelo murió en un terrible accidente en Veriña: «Un gruísta cargó arrabio y en vez de llevarlo a un convertidor lo descargó sobre él y otros tres compañeros», cuenta el gaitero. Eso, la muerte del güelo, detuvo su formación musical: «No quería tocar, cada vez que lo hacía me recordaba todo a él», añade.
Debutó sobre la escena -«y me pagaron no sé si mil pesetas»- una mañana en la antigua discoteca Fresas, en la calle de la Cámara. «Era un guaje. En aquella discoteca organizaban concursos de tonada. Imagino que fue mi güelo el que me colocó allí por primera vez», cuenta Rodrigo. A partir de ahí, bodas y bautizos y comuniones y romerías… «Cuando retomé la gaita, con Xuacu Amieva, me di cuenta de que la gaita se había convertido en un apéndice más de mi vida». Tanto que le llevó a las aulas de la Escuela de Música de Corvera. Ahí imparte clase desde 1997: es el más veterano. «Pero llevo ya unos años con ganas de tocar más y enseñar menos, por eso preparo mi cuarto disco: un recorrido por los orígenes celtas.Hay un profesor de Oxford que asegura que el celtismo nació aquí, en el noroeste de la península y que a partir de ahí se movió por las islas Británicas, pero también por Turquía», sonríe.
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